La llegada de Emmanuel Macron al Elíseo como nuevo Presidente de Francia, tras resultar vencedor en la segunda vuelta de las elecciones francesas, calmará, al menos parcialmente, las inquietudes en las que se encuentran sumidos en estos últimos tiempos los países occidentales.
Aunque el análisis detallado de los resultados de las elecciones se dilatará a lo largo de las próximas semanas, la UE y la mayoría de las capitales europeas han respirado tras este fin de semana con la llegada de Macron a la presidencia, que supone, de entrada, alejar la opción de una gobierno más radical, antieuropeo y populista como habría sido el de la líder del Frente Nacional, Marine Le Pen.
Este joven político de 40 años llegó a la política más por la vía de su trayectoria profesional y técnica que por la pertenencia a un partido. Se puede decir que su respaldo ha llegado de una “start up” electoral denominada “En Marcha” de la que no se conocen antecedentes ni fundamentos ideológicos sólidos, más que de un partido. Su éxito electoral reside en su capacidad para presentarse como un “outsider” que quiere ocupar el espacio de centro político, innovador, capaz y moderado, frente a unos rivales que encarnaban lo antiguo, lo caduco y radical. Sería, salvando las distancias, la versión francesa de Ciudadanos y de Albert Rivera.
Con este bagaje ha sido capaz de laminar los dos partidos que en las últimas décadas se habían alternado en el poder en Francia: los republicanos, conservadores; y los socialistas, con una trayectoria poco clara y oportunista: la crisis de los grandes partidos tradicionales ha llegado a Francia, pero no a favor de la izquierda ni la derecha radical.
Mucho en juego
Los franceses han interpretado que era mucho lo que estaba en juego y que no querían para su país experiencias destructivas o radicales, máxime después de ver las consecuencias de las recientes actitudes de insumisión frente al statu quo que se han producido, como el caso de los referéndums británicos para la independencia de Escocia o el Brexit, ó la llegada de Trump y sus promesas electorales. No más desbarajuste, y menos para su país.
En concreto, estaba en juego la disyuntiva entre abrir un proceso que podría llevar a la desintegración de la UE y el euro, con la llegada de Le Pen, o apostar por mantener los avances y los logros de la UE, evitando caer en maximalismos.
La apuesta se ampliaba también a la posibilidad de unas actuaciones insolidarias respecto de países terceros, tanto en las relaciones comerciales y financieras como en el tratamiento de los fenómenos migratorios y los movimientos de las personas en el seno de Europa. O su rechazo.
Macron supone para Francia poner en marcha políticas reformistas y modernizadoras
La llegada de Macron supone también el rechazo de una Francia más aislada, más autárquica, llevada del sentimiento antimoderno de la “grandeza” del país vecino que impera en la ultraderecha del Frente Nacional de Le Pen.
Macron supone para Francia poner en marcha políticas reformistas y modernizadoras de determinadas estructuras y hábitos anquilosados, demasiado estatistas y demasiado condicionados por el sector público: más liberalización frente al inmovilismo.
Respecto a la financiación empresarial Macron será más innovador, aperturista y globalizador de lo que habría sido Le Pen, mas tradicionalista y autárquica. No se puede olvidar que el nuevo presidente desarrolló su carrera profesional en el ámbito de la banca de inversión, Banca Rothschild, antes de ser designado asesor económico del presidente de la República, François Hollande (2012) y Ministro de Economía en su gobierno (2014). Sin ninguna duda, la inversión internacional, posiblemente congelada durante los últimos meses de incertidumbre y procesos electorales, acudirá ahora a Francia de manera más fluida que si el resultado hubiera sido el contrario.
Se elimina, por tanto, una de las incertidumbres de mayor calado que tenían aprisionadas las instituciones europeas y mundiales, se relanza la esperanza de una mayor integración europea, al menos se evita lo contrario, y todo ello tendrá un reflejo a medio plazo en los mercados, eso sí, siempre que no se despierte algún otro de los muchos factores de inquietud e incertidumbre que amenazan las economías mundiales.